Samir Amin: 'El concepto de democracia ha sido vaciado de contenido'
- El origen de la crisis va mucho más allá del hundimiento financiero de septiembre de 2008. Se trata de una crisis sistémica, la del "capitalismo imperialista de los oligopolios". La transformación del imperialismo de las potencias en permanente conflicto entre sí en un tipo singular: el de la tríada Estados Unidos-Europa-Japón es uno de los rostros de esa fase actual del capitalismo, en la que el mercado financiero y monetario ostentan el status dominante, dirigiendo el intercambio de productos. Los oligopolios escogieron la financiarización del sistema porque ello les permite concentrar una proporción cada vez mayor de los beneficios realizados en la economía real.
La tríada inició en los años 70 una segunda oleada de concentración oligopolista, de modo que la crisis comenzó en el 68/71, al no encontrar los beneficios derivados de la producción salidas suficientes en forma de inversiones lucrativas capaces de desarrollar posteriormente nuevas capacidades productivas. Así lo cree el economista y politólogo egipcio Samir Amin, que el viernes cerró en Pontevedra la Semana Galega da Filosofía. Amin, presidente del Foro Mundial de las Alternativas y del Foro del Tercer Mundo, fue profesor en Poitiers, Dakar y París. Reconocido como uno de los principales renovadores de la teoría del desarrollo, es una de las voces más reputadas del neomarxismo.
Ha explicado que las políticas neoliberales gestionan la crisis, sin resorverla, con ajustes coyunturales destinados a asegurar la rentabilidad financiera del capital excedente, a través de las privatizaciones o de la deslocalización, por ejemplo. El rescate de los bancos, los recortes sociales... ¿acelerarán las contradicciones del capitalismo, o por el contrario éste saldrá reforzado?
Lo que está claro es que no hay una solución financiera a la crisis. Y la respuesta en forma de rescates a los bancos y políticas de austeridad contra las clases obreras va a profundizar la crisis, y con ello las contradicciones del capitalismo. Lo que va a pasar dependerá de las respuestas de los pueblos del centro y de las periferias. No creo que la solución vaya a ser una nueva fase brillante del capitalismo. Es posible que se originen avances revolucionarios, paso a paso.
La crisis es también energética, ecológica, alimentaria... Usted defiende salir del capitalismo, avanzando en la transición hacia el socialismo mundial. ¿Cuál sería el papel de los movimientos campesinos en este proceso?
Esa es una cuestión fundamental. No se debe olvidar que los campesinos representan una parte muy importante de la población mundial. Y el problema es la ofensiva del capitalismo monopolista para desposeerlos de sus tierras. Es un proceso terrible, de expropiaciones masivas. La lucha para garantizar el acceso de todos a la tierra es un objetivo estratégico.
¿Y en qué medida las actuales revoluciones en el mundo árabe podrían ayudar a construir ese socialismo del siglo XXI?
En realidad hubo en el mundo árabe ya una ola de izquierda nacionalista popular con elementos de socialismo en los años 60 y 70, con el nasserismo por ejemplo. La actual es una segunda ola, producto de la agudización de la crisis, y diferente: la sociedad cambió... Y tampoco es específica del mundo árabe: hay lucha antiimperialista y potencialmente anticapitalista en América Latina, en Nepal, en China, la India, Brasil...
El capitalismo global causa y reproduce el desarrollo desigual, una polarización mundial entre centros y periferias, según usted ha explicado. Así, el subdesarrollo sería resultado de la lógica de la acumulación del capital a escala mundial, y no un estadio anterior al desarrollo, según había teorizado Rostow. Propone usted un desarrollo autocentrado y "desconectado" de la lógica del sistema capitalista mundial. ¿Están hoy los países de la nueva izquierda latinoamericana cerca de esa "desconexión"?
América Latina no es un todo homogéneo, como no lo es el mundo árabe. Cada país tiene sus condiciones económicas, políticas, ideológicas, culturales... Hay avances en la dirección de la desconexión en diversos países. Pero la desconexión no es cuestión de 0 o 100, sino un concepto relativo. Brasil, un país emergente e industrializado que participa de la globalización industrial y financiera, con una capacidad de exportación fuerte, puede desarrollar tecnología de forma importante, lo cual desafía uno de los monopolios de la tríada, el tecnológico. Otra fuente de conflicto con la tríada es el control de los recursos naturales. Esto es muy visible en el caso de Venezuela, por ser un país productor de petróleo. Bolivia es un país pobre, marginalizado, plurinacional, en el que la desconexión tiene una dimensión social. La onda de lucha contra el capitalismo es fuerte, en un contexto de vinculación de los movimientos populares con el poder. En Brasil la clase burguesa participa de la mundialización capitalista, y la desconexión es mínima en ese aspecto. El capitalismo de la tríada intenta monopolizar la tecnología, el control de los mercados financieros, los recursos naturales del planeta, la comunicación y las armas de destrucción masiva. Por eso no tiene otra solución que el control militar del planeta. Esto conduce a guerras, revoluciones: la gente está cansada de la retórica de una democracia que en realidad es sólo formal.
¿Es la guerra contra Gadafi entonces una más de las guerras del capitalismo destinadas a proteger esos monopolios y con ellos el nivel de vida occidental, en un momento además de decadencia de la hegemonía estadounidense respecto a la que disfrutó en los 50? No parece que Europa se esté alejando del atlantismo, como usted demanda...
Yo no estoy de acuerdo con esas intervenciones militares de Estados Unidos y la OTAN, sea con el pretexto que sea: humanitario, proteger a la población, democratizar un país... El líder de la tríada, Estados Unidos, no tiene la mejor economía, y de hecho el control militar del planeta está destinado a compensar las deficiencias de su economía. El concepto democracia se ha vaciado de contenido, a través de la cultura política del "consenso" sobre el aspecto puramente formal de la democracia, que sustituyó a la cultura política europea basada en la oposición izquierda-derecha. El proyecto europeo tiene que ser social y democrático. Pero lo que vemos ahora es una Europa alineada con los Estados Unidos y cada vez más atlántica. Yo creo que salir del sistema euro es, además, la única opción, la condición para una política social verdadera, que no es la que defienden los socialdemócratas que en realidad son socialliberales. La izquierda radical europera tendrá algo que decir en esto: deconstruir Europa para construir una Europa diferente.
Además de las alianzas que usted denuncia de parte de la izquierda con los socialliberales, la extrema derecha no deja de crecer en Europa, ¿por qué?
En parte el auge de esa derecha semifascista es resultado de la incapacidad de la izquierda para cambiar las cosas. Europa debe tener valor. La izquierda radical debe hacer algo, avanzar en la construcción del socialismo, para que la derecha pierda la batalla.
Otra de las condiciones del cambio es, para usted, que en China se imponga el socialismo de mercado frente al capitalismo nacional, y que los países del Sur formen un frente común. Además del acercamiento euro-asiático, contra la visión atlantista de Europa. Pero uno de los obstáculos es lo que usted llama "ilusiones para-étnicas y para-religiosas-".
Hay dos tipos de ilusiones. Una, la modernista. Es la de países emergentes como China, India y Brasil, en los que la clase dirigente y la clase media confía en el desarrollo dentro del sistema capitalista mundial. Lo que fue un éxito ahora no puede continuar, en el actual contexto. Otro tipo de ilusión es la pasatista, la que mira al pasado, a un pasado anterior incluso al capitalismo. Es lo que llamo ilusión para-religiosa, basada en el Islam, el hinduismo... El islamismo no es una religión, es una cuestión política reaccionaria. Las ilusiones para-étnicas las encontramos por ejemplo en la antigua Yugoslavia, o en muchos países de África. A veces he utilizado la metáfora del nuevo Bandung: tiene que haber una puesta en común de objetivos estratégicos, para parar, primero, las intervenciones militares de Estados Unidos y la OTAN. Y para ello es necesario, además, lo que he llamado Quinta Internacional, una lucha conjunta de los trabajadores del Norte y del Sur.
¿Cual sería el papel de los sindicatos en esa lucha?
En algunos países del Sur hay alianza entre algunos partidos de izquierda con los sindicatos, como ocurre en Brasil. En Europa es trágico, porque ahora los partidos de la izquierda radical están marginalizados. Lo que queda a los sindicatos es la alianza con los socialliberales, y así se forman como lobbyes que incluso protegen la lógica capitalista. Pero yo creo que esta situación no es durable, que hay contradicciones que llevarán a que sea diferente.
A veces se muestra escéptico con los movimientos sociales. Afirma que los hay progresistas y reaccionarios, que los Gobiernos instrumentalizan a las ONG, que a veces los movimientos atraen a las clases medias y se olvidan de los trabajadores...
Es que ese concepto de movimientos sociales no sirve de mucho. Todo son movimientos sociales, los fascistas por ejemplo, o la Iglesia... Hay movimientos que luchan por el cambio, como el feminista, o el ecologista. Y movimientos reaccionarios. Lo que yo he dicho es que el Foro Social Mundial, o los Foros continentales, no han sido más que un lugar de encuentro. Y eso no es suficiente. Hay que buscar la convergencia dentro de la diversidad, y alcanzar un poder de cambio real. No basta con protestar.
¿Tendría que hacer Portugal como Islandia y rebelarse contra el FMI?
No hay otro camino.... Aunque el de Islandia es un caso especial, marginal en Europa. Está muy poco poblado, y eso facilita las cosas.
¿Y cuáles son las causas inmediatas de las revoluciones árabes?
En cada país es diferente. El caso egipcio es el más importante. La juventud, no identificada con ningún partido, la izquierda radical, las clases medias democráticas, tienen un programa que significa democratización y progreso social, ambas unidas. Tiene además una dimensión contraria al neoliberalismo: incluye salir del FMI, del BM... Contra ellos se posiciona la burguesía compradora que se benefició del neoimperalismo, la dirección del Ejército, la Iglesia musulmana, los Hermanos Musulmanes, los partidos de la burguesía...
No parece que China, India y Rusia estén haciendo mucho por construír el mundo multipolar que usted defiende, frente al hegemonismo de Estados Unidos y el capitalismo de la tríada...
Hay algunos elementos que van en esa dirección. El llamado grupo de Shangai: China, Rusia, Asia central ex-soviética, países del sureste asiático y la India. Debemos tener en cuenta que se trata de la mayoría de la humanidad. Hay elementos, aunque no una política sistemática de gran alcance. Por eso es necesario construír la Quinta Internacional, en la que ya no hablamos de proletarios sino de trabajadores que es un concepto más amplio, y en la que hablamos de pueblos, que es también un concepto amplio. Las alianzas transformadoras serán distintas en cada país.
El proyecto socialista, dice usted, será el resultado de lo que hagan los pueblos, y no de la aplicación de una teoría. Y deberá incluir, necesariamente, a los trabajadores del Norte. Pero no parece tampoco que estos trabajadores estén muy dispuestos a rebelarse, pese al paro, la precariedad laboral, la degradación de los servicios públicos...
La pobreza en Europa ya es una realidad. En Estados Unidos, además, es terrible ser pobre, peor que en Europa. El nivel de inestabilidad del trabajo ya se ha situado en el 50%. Hace treinta años, el 80% de los trabajos eran estables. Eso puede animar al cambio, pero también es caldo de cultivo para el fascismo. Funciona en los dos sentidos.
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