jueves, 15 de agosto de 2019

Filosofía del Derecho de Sócrates, Platón y Aristóteles

Filosofía del Derecho de Sócrates, Platón y Aristóteles

(Parte I)
Foto: taring.net
Foto: taring.net
La Gaceta Jurídica / Hartman Guido, Julio Hernández Espinoza, Celimo Fuentes y Luis Fernando González
00:00 / 25 de junio de 2013
La Filosofía del Derecho es aquella rama de la filosofía que concierne al Derecho. Ahora bien, Filosofía es el estudio de lo universal, luego en cuanto la Filosofía tiene por objeto el Derecho, lo toma en sus aspectos universales. La Filosofía práctica estudia los primeros principios del obrar y se divide en Filosofía moral y Filosofía del Derecho. A menudo se adopta también para la denominarla la palabra ética: mas, conviene advertir que a veces se entiende en sentido lato, en cuyo caso es sinónima de Filosofía práctica; y a veces en sentido estricto, en cuyo caso es sinónima de filosofía moral.
El estudio del Derecho en sus ingredientes universales constituye el objeto de la filosofía jurídica. Pero el Derecho puede ser estudiado en sus aspectos particulares: en este caso es el objeto de la ciencia jurídica o jurisprudencia en sentido estricto.
La diferencia entre ciencia y filosofía del Derecho radica en el respectivo modo como una y otra consideran al Derecho: la primera en particular, la segunda en universal. En todo tiempo y en todos los pueblos se da un sistema positivo de Derecho.
La ciencia del Derecho tiene por objeto los sistemas particulares considerados singularmente para cada pueblo en una época determinada. Además, una ciencia jurídica no suele comprender propiamente todo un sistema, sino que procede con ulteriores especificaciones y distinciones, considerando una parte singular del sistema en cuestión (Derecho público o Derecho privado).
Ninguna ciencia jurídica en sentido estricto puede explicar que sea derecho en universal, sino únicamente lo que es el Derecho (o una parte del Derecho) en un determinado tiempo. La definición del Derecho  in genere es una investigación que trasciende de la competencia de todas y cada una de las ciencias jurídicas particulares: y constituye precisamente el primer tema de la Filosofía del Derecho. Como lo dijo con gran justeza Y. Kant, las ciencias jurídicas no responden a la cuestión “¿quid juris?” (qué es lo que debe entenderse  in genere por Derecho), sino únicamente a la pregunta “¿quid juris?” (qué ha sido establecido como Derecho por un cierto sistema).
Si queremos conocer el Derecho en su integridad lógica, esto es, saber cuáles son los elementos esenciales comunes a todos los sistemas jurídicos, debemos forzosamente superar las particularidades de estos sistemas y mirar al concepto universal del Derecho.
Sócrates
Sócrates (470-399 a.C.) fue un filósofo griego considerado uno de los más grandes, tanto de la filosofía occidental como de la universal. Fue el maestro de Platón, quien tuvo a Aristóteles como discípulo; estos tres son los representantes fundamentales de la filosofía griega. Nació en Atenas, donde vivió los dos últimos tercios del siglo V a.C., la época más espléndida en la historia de toda la antigua Grecia. Desde muy joven, llamó la atención por la agudeza de sus razonamientos y su facilidad de palabra, además de la fina ironía con la que salpicaba sus tertulias con los ciudadanos jóvenes aristocráticos de Atenas, a quienes les preguntaba sobre su confianza en opiniones populares, aunque muy a menudo él no les ofrecía ninguna enseñanza.
El punto de partida de la investigación filosófica socrática es el propio ser humano: “Conócete a ti mismo”, y la primera condición para ello es el reconocimiento de la propia ignorancia: “Sólo sé que no sé nada”. Para Sócrates, al contrario que los sofistas, el más sabio es quien sabe que no sabe, pues el que se cree en posesión de la sabiduría ignora hasta su propia ignorancia y no es capaz de investigar, permaneciendo en la ignorancia, lejos de la verdad y la virtud, ya que Sócrates identifica el saber con la virtud (intelectualismo moral.)
Su inconformismo lo impulsó a oponerse a la ignorancia popular y al conocimiento de los que se decían sabios, aunque él mismo no se consideraba un sabio Filósofos, poetas y artistas, todos creían tener gran sabiduría, en cambio Sócrates era consciente tanto de la ignorancia que le rodeaba como de la suya propia. Esto lo llevó a tratar de hacer pensar a la gente y hacerles ver el conocimiento real que tenían sobre las cosas. Asumiendo una postura de ignorancia, interrogaba a la gente para luego poner en evidencia la incongruencia de sus afirmaciones; a esto se le denominó “ironía socrática”, la cual queda expresada con su célebre frase. Su más grande mérito fue crear la mayéutica, método inductivo que le permitía llevar a sus alumnos a la resolución de los problemas que se planteaban por medio de hábiles preguntas cuya lógica iluminaba el entendimiento. Según pensaba, el conocimiento y el autodominio habrían de permitir restaurar la relación entre el ser humano y la naturaleza.
La mayéutica, es una técnica que consiste en interrogar a una persona para hacerla llegar al conocimiento no conceptualizado. Se basa en la dialéctica, la cual supone la idea de que la verdad está oculta en la mente de cada ser humano. La técnica consiste en preguntar al interlocutor acerca de algo y luego se debate la respuesta dada por medio del establecimiento de conceptos generales.
La sabiduría de Sócrates no consiste en la simple acumulación de conocimientos, sino en revisar los conocimientos que se tiene y a partir de ahí construir conocimientos más sólidos. Esto le convierte en una de las figuras más extraordinarias y decisivas de toda la historia; representa la reacción contra el relativismo y subjetivismo sofista, es singular ejemplo de unidad entre teoría y conducta, entre pensamiento y acción. Fue capaz de llevar tal unidad al plano del conocimiento, al sostener que la virtud es conocimiento y el vicio ignorancia. Fue el verdadero iniciador de la filosofía en cuanto que le dio su objetivo primordial de ser la ciencia que busca en el interior del ser humano. Sócrates describió el alma como aquello en virtud de lo cual se nos califica de sabios o de locos, buenos o malos, una combinación de inteligencia y carácter. Su lógica hizo hincapié en la discusión racional y la búsqueda de definiciones generales
Los sofistas habían afirmado el relativismo gnoseológico y moral. Sócrates criticará ese relativismo, convencido de que los ejemplos concretos encierran un elemento común respecto al cual esos ejemplos tienen un significado. Si decimos de un acto que es “bueno” será porque tenemos alguna noción de “lo que es” bueno; si no tuviéramos esa noción, ni siquiera podríamos decir que es bueno para nosotros pues, ¿cómo lo sabríamos?
Lo mismo ocurre en el caso de la virtud, de la justicia o de cualquier otro concepto moral. Para el relativismo estos conceptos no son susceptibles de una definición universal: son el resultado de una convención, lo que hace que lo justo en una ciudad pueda no serlo en otra. Sócrates está convencido de que lo justo ha de ser lo mismo en todas las ciudades, y que su definición ha de valer universalmente. La búsqueda de la definición universal según conceptos se presenta como la solución del problema moral y la superación del relativismo.
Sócrates y el Derecho
Según Sócrates, el buen ciudadano debe obedecer aun las malas leyes, para no estimular al mal ciudadano a violar las buenas. Fue obediente con las leyes de Atenas, pero evitaba la política. Creía que podría servir mejor a su país dedicándose a la filosofía. No escribió ningún libro ni tampoco fundó una escuela regular de filosofía.
Creía que todo vicio es el resultado de la ignorancia y que ninguna persona desea el mal; a su vez, la virtud es conocimiento y aquellos que conocen el bien actuarán de manera justa. Puso en práctica este principio, cuando acusado de haber introducido nuevos dioses y de haber corrompido a los jóvenes, y condenado a muerte por estos supuestos delitos, quiso que se ejecutara la sentencia, y sufrió serenamente la muerte que tuvo a su alcance evitar. Establece la libertad de hombre como el triunfo de la voluntad sobre sus propias pasiones, el hombre sólo es libre cuando logra controlar sus instintos, si no lo logra será presa de sus propios instintos y estos lo llevarán a hacer el mal, lo que se atribuye a la propia ignorancia del hombre. Esto debido a que afirmaba que sólo un loco podría querer hacer el mal teniendo conocimiento del bien.
Fue así el iniciador del intelectualismo, pues establece una relación entre el saber y el actuar, y la dependencia del actuar con el conocimiento. Principios aplicados inclusive en el Derecho actual al establecer la culpabilidad de las personas. El pensamiento socrático no define la libertad como la capacidad de realizar cualquier conducta que se desea, esto debido a que el hombre no es considerado por Sócrates como racional, sino que tiene la capacidad de llegar a serlo, pero para esto necesita redescubrir sus conocimientos y conocer el bien.
Los conceptos como el bien, la justicia, la belleza, etc., son para Sócrates de carácter universal, subsisten de manera idéntica para todas las personas en todas las épocas, en oposición radical al relativismo y convencionalismo de los sofistas. Constantemente investiga en el ámbito de la Ética acerca de conceptos generales o universales, tratando de alcanzar determinación y definición de los mismos, de su esencia permanente, de aquello en lo que consiste lo bueno, lo bello, lo justo en sí.
El intelectualismo moral
Sólo quien sabe en qué consiste el bien es capaz de practicarlo. Quien no es virtuoso y no obra el bien es porque no lo ha conocido, es ignorante, ya que el bien incide en el entendimiento y determina a la voluntad con tal fuerza que, una vez conocido, no puede evitarse amarlo y practicarlo. El malvado es un ignorante.
Platón
Platón (428/427 a.C.-347 a.C.) fue un filósofo griego, alumno de Sócrates y maestro de Aristóteles, de familia noble y aristocrática. Platón (junto a Aristóteles) es quién determinó gran parte del corpus de creencias centrales tanto del pensamiento occidental como del hombre corriente (“sentido común” del hombre occidental) y pruebas de ello son la noción de “Verdad” y la división entre “doxa” (opinión) y “episteme” (ciencia). Demostró (o creó) y popularizó una serie de ideas comunes para muchas personas, pero enfrentadas a la línea de gran parte de los filósofos presocráticos y al de los sofistas (muy populares Grecia) y que debido a los caminos que tomó la historia de la Metafísica, en diversas versiones y reelaboraciones, se han consolidado. Su influencia como autor y sistematizador ha sido incalculable en la historia de la filosofía, de la que se ha dicho con frecuencia que alcanzó identidad como disciplina gracias a sus trabajos. Alfred North Whitehead comentó: La caracterización general más segura de la tradición filosófica europea es que consiste en una serie de notas al pie a Platón.
Pensamiento jurídico y político
La principal preocupación de Platón es el valor de la justicia. La justicia ejerce su función en la vida política o de convivencia del hombre, es decir en tiempos actuales de las personas. Compara el hombre individual y la ciudad. Polis ideal-hombre concreto. El alma del hombre impulsa tres operaciones según lo plantea en su obra La República y para ilustrarlo se conoce el cuadro de las virtudes. Platón plantea la Doctrina de las Ideas. Las presenta en dos dimensiones: Mundo de las realidades que se percibe por los sentidos y mundo de las ideas que se perciben por la razón. La verdadera realidad es la de las ideas. Quienes se conforman con las realidades (sentidos) adquieren sólo opinión, doxa. Quienes captan racionalmente las ideas (sabios o filósofos) adquieren lo verdadero, epísteme.
Los gobernantes serán filósofos, para conocer el bien, la verdad y la justicia y aplicarlo. Pensó que si gobernaban sabios no harían falta Leyes. (Aplicación de la IDEA de Justicia) “La República”. En la ancianidad sostiene la necesidad de que existan leyes positivas, “El Político” incluso que los propios gobernantes se sometan a ellas “Las leyes”.
Las formas de gobierno
Plantea cinco formas de gobierno y tipos humanos que las encarnan. “La República”.
a) aristocracia: sabios (Minoría intelectual-hombre justo- equilibrado) sistema paternalista.
El más estable; pero se destruirá con el tiempo por los errores en las uniones sexuales, dará paso a:
b) timocracia o timarquía: guerreros (hombre ambicioso, atesoran riquezas y honores).
Se hacen amantes de la riqueza, el negocio. Establecen Ley censal según fortuna y dan paso a:
c) oligarquía: ricos (Gobierno basado en el Censo, los pobres no tienen acceso al gobierno).
La acumulación de riquezas los lleva a los placeres y remisión a trabajar. La mayoría sometida da paso a:
d) democracia: todos (libertad, todos iguales, esclavos libres etc. Visto con recelo por Platón).
Se corrompe por sus excesos, por la licencia y el libertinaje, y da paso a su antónimo:
e) tiranía: tirano (Hombre audaz y violento rodeado de aduladores que elimina a los discrepantes).
Someterá finalmente a todos al Gobierno más despótico y aborrecible. Grado máximo de injusticia en la vida política. (Aristóteles le recriminará no cerrar el ciclo y no dar fin a esta forma de gobierno).
Esquema estático de formas o “constituciones políticas”. Número gobernantes y Legalidad “El Político”.
e.1) perfectas: (Se gobierna de conformidad con las leyes) monarquía, aristocracia, democracia
e.2) imperfectas. (Y si van contra las Leyes, respectivamente) tiranía, oligarquía, demagogia.
e.3) mixta. (Sistema de mutuas compensaciones de las tres formas perfectas).
El mito de la caverna (República, VII)
El libro vii de la República comienza con la exposición del conocido mito de la caverna, que utiliza Platón como explicación alegórica de la situación en la que se encuentra el hombre respecto al conocimiento, según la teoría explicada al final del libro vi.
El mito de la caverna
I –Y a continuación -seguí-, compara con la siguiente escena el estado en que, con respecto a la educación o a la falta de ella, se halla nuestra naturaleza.
Imagina una especie de cavernosa vivienda subterránea provista de una larga entrada, abierta a la luz, que se extiende a lo ancho de toda la caverna, y unos hombres que están en ella desde niños, atados por las piernas y el cuello, de modo que tengan que estarse quietos y mirar únicamente hacia adelante, pues las ligaduras les impiden volver la cabeza; detrás de ellos, la luz de un fuego que arde algo lejos y en plano superior, y entre el fuego y los encadenados, un camino situado en alto, a lo largo del cual suponte que ha sido construido un tabiquillo parecido a las mamparas que se alzan entre los titiriteros y el público, por encima de las cuales exhiben aquellos sus maravillas.
– Ya lo veo -dijo.
– Pues bien, ve ahora, a lo largo de esa paredilla, unos hombres que transportan toda clase de objetos, cuya altura sobrepasa la de la pared, y estatuas de hombres o animales hechas de piedra y de madera y de toda clase de materias; entre estos portadores habrá, como es natural, unos que vayan hablando y otros que estén callados.
– ¡Qué extraña escena describes -dijo- y qué extraños prisioneros!
– Iguales que nosotros -dije-, porque en primer lugar, ¿crees que los que están así han visto otra cosa de sí mismos o de sus compañeros sino las sombras proyectadas por el fuego sobre la parte de la caverna que está frente a ellos?
– ¿Cómo -dijo-, si durante toda su vida han sido obligados a mantener inmóviles las cabezas?
– ¿Y de los objetos transportados? ¿No habrán visto lo mismo?
– ¿Qué otra cosa van a ver?
– Y si pudieran hablar los unos con los otros, ¿no piensas que creerían estar refiriéndose a aquellas sombras que veían pasar ante ellos?
– Forzosamente.
– ¿Y si la prisión tuviese un eco que viniera de la parte de enfrente? ¿Piensas que, cada vez que hablara alguno de los que pasaban, creerían ellos que lo que hablaba era otra cosa sino la sombra que veían pasar?
– No, ¡por Zeus!- dijo.
– Entonces no hay duda -dije yo- de que los tales no tendrán por real ninguna otra cosa más que las sombras de los objetos fabricados.
– Es enteramente forzoso -dijo-.
– Examina, pues -dije-, qué pasaría si fueran liberados de sus cadenas y curados de su ignorancia, y si, conforme a naturaleza, les ocurriera lo siguiente. Cuando uno de ellos fuera desatado y obligado a levantarse súbitamente y a volver el cuello y a andar y a mirar a la luz, y cuando, al hacer todo esto, sintiera dolor y, por causa de las chiribitas, no fuera capaz de ver aquellos objetos cuyas sombras veía antes, ¿qué crees que contestaría si le dijera alguien que antes no veía más que sombras inanes y que es ahora cuando, hallándose más cerca de la realidad y vuelto de cara a objetos más reales, goza de una visión más verdadera, y si fuera mostrándole los objetos que pasan y obligándole a contestar a sus preguntas acerca de qué es cada uno de ellos? ¿No crees que estaría perplejo y que lo que antes había contemplado le parecería más verdadero que lo que entonces se le mostraba?
– Mucho más -dijo-.
II. –Y si se le obligara a fijar su vista en la luz misma, ¿no crees que le dolerían los ojos y que se escaparía, volviéndose hacia aquellos objetos que puede contemplar, y que consideraría que éstos son realmente más claros que los que le muestra?
– Así es -dijo-.
– Y si se lo llevaran de allí a la fuerza -dije-, obligándole a recorrer la áspera y escarpada subida, y no le dejaran antes de haberle arrastrado hasta la luz del sol, ¿no crees que sufriría y llevaría a mal el ser arrastrado, y que, una vez llegado a la luz, tendría los ojos tan llenos de ella que no sería capaz de ver ni una sola de las cosas a las que ahora llamamos verdaderas?
– No, no sería capaz -dijo-, al menos por el momento.
– Necesitaría acostumbrarse, creo yo, para poder llegar a ver las cosas de arriba. Lo que vería más fácilmente serían, ante todo, las sombras; luego, las imágenes de hombres y de otros objetos reflejados en las aguas, y más tarde, los objetos mismos. Y después de esto le sería más fácil contemplar de noche las cosas del cielo y el cielo mismo, fijando su vista en la luz de las estrellas y la luna que el ver de día el sol y lo que le es propio.
– ¿Cómo no?
– Y por último, creo yo, sería el sol, pero no sus imágenes reflejadas en las aguas ni en otro lugar ajeno a él, sino el propio sol en su propio dominio y tal cual es en sí mismo, lo que él estaría en condiciones de mirar y contemplar.
– Necesariamente -dijo-.
– Y después de esto, colegiría ya con respecto al sol que es él quien produce las estaciones y los años y gobierna todo lo de la región visible, y que es, en cierto modo, el autor de todas aquellas cosas que ellos veían.
– Es evidente -dijo- que después de aquello vendría a pensar en eso otro.
– ¿Y qué? Cuando se acordara de su anterior habitación y de la ciencia de allí y de sus antiguos compañeros de cárcel, ¿no crees que se consideraría feliz por haber cambiado y que les compadecería a ellos?
– Efectivamente.
– Y si hubiese habido entre ellos algunos honores o alabanzas o recompensas que concedieran los unos a aquellos otros que, por discernir con mayor penetración las sombras que pasaban y acordarse mejor de cuáles de entre ellas eran las que solían pasar delante o detrás o junto con otras, fuesen más capaces que nadie de profetizar, basados en ello, lo que iba a suceder, ¿crees que sentiría aquél nostalgia de estas cosas o que envidiaría a quienes gozaran de honores y poderes entre aquellos, o bien que le ocurriría lo de Homero, es decir, que preferiría decididamente “trabajar la tierra al servicio de otro hombre sin patrimonio” o sufrir cualquier otro destino antes que vivir en aquel mundo de lo opinable?
– Eso es lo que creo yo -dijo-: que preferiría cualquier otro destino antes que aquella vida.
– Ahora fíjate en esto -dije-: si, vuelto el tal allá abajo, ocupase de nuevo el mismo asiento, ¿no crees que se le llenarían los ojos de tinieblas, como a quien deja súbitamente la luz del sol?
– Ciertamente -dijo-.
– Y si tuviese que competir de nuevo con los que habían permanecido constantemente encadenados, opinando acerca de las sombras aquellas que, por no habérsele asentado todavía los ojos, ve con dificultad -y no sería muy corto el tiempo que necesitara para acostumbrarse-, ¿no daría que reír y no se diría de él que, por haber subido ha vuelto con los ojos estropeados, y que no vale la pena ni aun de intentar una semejante ascensión? ¿Y no matarían; si encontraban manera de echarle mano y matarle, a quien intentara desatarles y hacerles subir?
– Claro que sí -dijo-.
III. - Pues bien -dije-, esta imagen hay que aplicarla toda ella, ¡oh amigo Glaucón!, a lo que se ha dicho antes; hay que comparar la región revelada por medio de la vista con la vivienda-prisión, y la luz del fuego que hay en ella, con el poder del sol. En cuanto a la subida al mundo de arriba y a la contemplación de las cosas de éste, si las comparas con la ascensión del alma hasta la región inteligible no errarás con respecto a mi vislumbre, que es lo que tú deseas conocer, y que sólo la divinidad sabe si por acaso está en lo cierto. En fin, he aquí lo que a mí me parece: en el mundo inteligible lo último que se percibe, y con trabajo, es la idea del bien, pero, una vez percibida, hay que colegir que ella es la causa de todo lo recto y lo bello que hay en todas las cosas; que, mientras en el mundo visible ha engendrado la luz y al soberano de ésta, en el inteligible es ella la soberana y productora de verdad y conocimiento, y que tiene por fuerza que verla quien quiera proceder sabiamente en su vida privada o pública.
– También yo estoy de acuerdo -dijo-, en el grado en que puedo estarlo.
Según la versión de J.M. Pabón y M. Fernández Galiano, Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1981 (3ª edición)
Continuará
Son estudiantes de la Universidad de San José, Costa Rica.
Tomado de: ia.icocr.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario