jueves, 15 de agosto de 2019

Christian Wolff Dogmatismo filosofico

Christian Wolff

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Christian von Wolff, también conocido como Christian Freiherr von Wolff (BreslauSilesia24 de enero de 1679 - Halle9 de abril de 1754), fue un filósofo alemán1​ que tuvo una destacada influencia en los presupuestos racionalistas de Kant. No obstante, su racionalismo está más cerca de Descartes que de Leibniz.


Pensamiento[editar]

El trabajo fundamental de Wolff fue la divulgación e interpretación de la filosofía de Leibniz, aunque se aparte de la idea de la mónada y sustituya la armonía preestablecida por la teoría de Spinoza de la correspondencia entre orden del pensamiento y de la realidad. Las controversias entre católicos y protestantes, por un lado, y por otro, sobre todo, Leibniz y Descartes le inspiraron su método filosófico; es decir, quería que fuese el mismo que el de las matemáticas. Con ello queda Wolff inscrito en el más agudo racionalismo; bienintencionado y poco original, con poderosa capacidad de sistematización, se limitó a difundirlo en sus clases y manuales, con más profundidad que el llamado movimiento de la Ilustración en el s. XVIII.
En el prólogo a la segunda edición de la Crítica de la razón pura (1787), Kant considera a Wolff «el mayor de todos los filósofos dogmáticos». Ciertamente, Wolff convirtió el disperso racionalismo leibniziano en un racionalismo sistemático-dogmático. En sus Pensamientos racionales sobre Dios, el mundo y el alma de los hombres, y sobre todas las cosas en general (Leipzig 1719) intenta armonizar la metafísica con la fe cristiana, pero cosificando y simplificando conceptos, por lo que fue objeto de la crítica de Kant. Es de notar que Kant conoció la filosofía y metafísica más a través de Leibniz y Wolff, entonces predominantes en la enseñanza alemana, que a través de los filósofos más realistas (como Tomás de Aquino). Wolff pensaba que en su obra recogía lo que denominaba «filosofía perenne», cuando en realidad se apartaba de ella, de la filosofía realista del ser, para volcarse en un racionalismo que Kant tenía bastante razón en criticar. Pretendía Wolff una certeza racional absoluta, para lo cual trataba de reducir a racional y necesario lo irracional y contingente, y suprimir límites entre los principios de razón suficiente y contradicción. Con ello abría paso al idealismo y al monismoconsiguiente; y así, autores posteriores, inspirados en la línea Spinoza, Leibniz, Wolff, incidirían en el s. XIX en un declarado idealismo, que se resuelve en panteísmo o en materialismo.
Schopenhauer, en su obra Parerga y paralipómena, al criticar a FichteSchelling y Hegel, dice de Wolff:
¡Qué hombre tan digno es, sin embargo, en comparación con ellos, Christian Wolf, tan poco estimado por esos tres sofistas, que hasta llegan a burlarse de él! Él tenía y daba pensamientos de verdad; ellos, en cambio, meras palabras y frases con la intención de engañar.2
Su moral es igualmente racionalista.3​ En Ius naturae (8 vol., Leipzig 1740-48) desarrolla su teoría del Derecho natural, en la línea racionalista de Pufendorf y entronca también con el iusnaturalismo. Establece la correlación entre derecho y deber. Considera que el hombre tiene deberes hacia sí mismo, hacia la sociedad y hacia Dios. Uno de los principales deberes del hombre es perfeccionarse y conseguir la felicidad. Del mismo modo, también debe el hombre promover la perfección y la felicidad de sus semejantes. Pero en todo ello, su racionalismo no le permite comprender bien las relaciones y diferencias entre entendimiento y voluntad, entre libertad y responsabilidad, entre esencia y acto de ser. Su idea del Estado paternalista influyó en el despotismo ilustrado. También se advierte la huella de Wolff en El contrato social (1762) de Rousseau. De trascendencia para la lengua alemana fue el uso científico que de ella hizo Wolff, contribuyendo a fijar la terminología filosófica germánica. El que Wolff llamase «filosofía perenne» a su pensamiento contribuyó a que, engañados por ese nombre, muchos neoescolásticos del s. XIX se dejasen influir por él, lastrando en parte el realismo más propio de la tradición escolástica, y llevándoles a ciertas polémicas especulativas poco útiles, que comenzaron a superarse en el siglo XX. A Wolff se debe, p. ej. (con sus obras Psychologia empiricaLeipzig 1732 y Psichologia rationalis, ib. 1734 ), el que haya perdurado por mucho tiempo el equívoco nombre de «Psicología racional» como distinta de la «empírica», para lo que debe llamarse más bien «Psicología filosófica», que es también, y no puede dejar de serlo, empírica.

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