domingo, 17 de noviembre de 2019

L CONCEPTO DE “SUBSUNCIÓN” COMO CLAVE PARA LA INTERPRETACIÓN DEL LUGAR DEL TRABAJO EN EL CAPITALISMO ACTUAL

EL CONCEPTO DE “SUBSUNCIÓN” COMO CLAVE PARA LA INTERPRETACIÓN DEL LUGAR DEL TRABAJO EN EL CAPITALISMO ACTUAL

Nicolás Pagura

Introducción

Fundamentalmente durante las últimas dos décadas, han venido cobrando un renovado impulso los intentos de reinterpretar y actualizar el pensamiento marxista desde un punto de vista crítico, ante todo frente a la tradición asociada comúnmente a planteamientos con pretensión de ortodoxia. Si bien las autores empeñados en esta tarea son muchos y sus visiones múltiples y variadas, creo que pueden identificarse al menos negativamente por dos rasgos centrales. En primer lugar, por el rechazo de todo dogmatismo, es decir, de todo intento de clausurar caminos posibles para pensar, ya sea en nombre de ciertas ideas tenidas por incuestionables o de determinados autores a quienes habría que respetar como autoridades supremas e insuperables. En segundo lugar, por el fuerte cuestionamiento de las ideas cientificistas, economicistas y deterministas que acompañaron al marxismo desde su nacimiento.
            Es dentro de esta línea crítica que se han empezado a trabajar fuertemente ideas de Marx que habían sido o bien descuidadas o bien directamente rechazadas por la línea tradicionalmente hegemónica. Tal vez el ejemplo más notable de esto sea la revalorización del concepto de “enajenación”, como modo de cuestionar la separación tradicional entre un Marx “precientífico” asociado a sus escritos de juventud (fundamentalmente los Manuscritos de 1844) y un Marx “maduro” y “científico” identificado con su gran obra El capital.[1] Otro concepto que se recupera fuertemente es el de “fetichismo”, no muy tenido en cuenta por la visión cientificista no obstante su importancia en el primer capítulo de El capital. Ejemplos de esta recuperación lo constituyen la centralidad que el concepto adquiere en todo el pensamiento del “marxismo abierto” o en la reformulación del concepto de “ideología” efectuada por Slavoj Žižek. Finalmente, se encuentra el caso del concepto que nos ocupará especialmente aquí: el de “subsunción”. En parte para justificar esta elección y antes de explicitar los objetivos de este trabajo, quisiera hacer una breve referencia  al hilo conductor que une a estos tres conceptos en su potencial crítico y a la vez desafiante para la tradición ortodoxa.
            En efecto, los tres conceptos reinstalan de diversas maneras el problema hegeliano de la relación sujeto-objeto, y más precisamente en la formulación de Marx, el de la relación social entre trabajo y capital. Mientras las visiones ortodoxas identifican al capital con un “objeto” constituido del cual deben estudiarse las leyes de funcionamiento, estos conceptos recuerdan que el capital es una relación social que no puede analizarse independientemente del otro polo necesario de dicha relación: el trabajo.[2]
            Justamente, el propósito del presente escrito es realizar una aproximación al problema del trabajo en las sociedades contemporáneas tomando como eje de análisis el concepto de “subsunción”. Básicamente, interesa esta idea en la medida en que coloca en el centro del análisis al propio trabajo, lo cual es más que sugerente hoy, cuando muchos análisis marxistas (incluso no ortodoxos) estudian al capitalismo descuidando el problema del trabajo. Y es más, se señala inclusive que el trabajo está atravesando una crisis sin precedentes, que para algunos llega a ser hasta terminal (piénsese particularmente en los debates sobre el “fin del trabajo”). Es en este contexto de ideas –y también en discusión con él– que se inscribe este trabajo.
Según señala Pedro Scaron (traductor de la edición crítica al español de El capital), el término “subsunción” traduce el sustantivo “subsumtion” (de origen latino, pero que existe como término técnico en alemán e inglés) que significa tanto “subordinación” como “inclusión”.[3] Puede verse ya en esta simple determinación terminológica que el concepto tiene un significado a su vez político y lógico: el capital subordina (somete) al trabajo incluyéndolo en su propio concepto (entre ambos se teje una “relación interna”). Es por eso que la idea invita a pensar el capitalismo más allá de la concepción de una lógica económica determinista y ciega: por el contrario, coloca en el centro de la indagación a la propia relación social –siempre conflictiva– entre las clases, como instancia contenida en el propio capital y no como un agregado perteneciente a otra esfera yuxtapuesta (la política como instancia “superestructural”). En este sentido, la propuesta consiste en pensar al trabajo actual a partir del modo en que es sometido y a su vez incluido en el propio capital. Pero el hecho de que sea la actualidad del trabajo lo que queremos pensar, indica desde ya que entendemos que la idea de “subsunción” puede historizarse: es por eso que tomaremos el concepto de Marx para resignificarlo con el objetivo de comprender el trabajo hoy. 

El concepto de “subsunción” en Marx como clave interpretativa de la constitución del capitalismo: subsunción formal y real del trabajo, y fetichismo del capital

            Lejos del propósito de este trabajo está el intentar obtener una comprensión acabada del concepto de “subsunción” en la obra de Marx. Por el contrario, lo que nos interesa fundamentalmente del mismo es el elemento interpretativo que nos deja para comprender al capitalismo como un proceso ligado al intento siempre renovado de dominar al trabajo. Si bien la cuestión es tratada en el capítulo XIV de El capital, el desarrollo más profundo del tema está en el capítulo VI de esa misma obra, publicado póstumamente.
            Marx distingue entre subsunción formal y subsunción real del trabajo al capital. Con la subsunción formal:
El proceso de trabajo se convierte en el instrumento del proceso de valorización, del proceso de autovalorización del capital: de la creación de plusvalía. El proceso de trabajo se subsume en el capital (es su propio proceso) y el capitalista se ubica en él como dirigente (...) Es esto a lo que denomino subsunción formal del trabajo en el capital. Es la forma general de todo proceso capitalista de producción, pero es a la vez una forma particular respecto del modo de producción específicamente capitalista, desarrollado, ya que la última incluye a la primera, pero la primera no incluye necesariamente la segunda.[4]  

            Conviene recordar que el título de este capítulo VI es “resultados del proceso inmediato de producción”: en el marco de una lógica hegeliana Marx está analizando los presupuestos de lo que aparece como un resultado (la producción capitalista de plusvalía). Un presupuesto fundamental lo constituye la subsunción formal. El proceso de trabajo como creador de valores de uso es común a todos los modos de producción (corresponde entonces a la producción material en general) y en tanto tal, comprende una serie de elementos materiales (trabajo útil, materia prima, medio de trabajo) indispensables para cualquier acto de producción de valores de uso. El capitalismo presupone la supeditación del proceso de trabajo al proceso de creación de plusvalor. Entonces en el proceso de producción capitalista (que es la unidad de ambos, que se dan conjuntamente) el primero es un instrumento del segundo. Esta subsunción es la forma general, en el sentido de que es un presupuesto lógico, pero ya no de todo proceso de trabajo sino de todo proceso de producción capitalista.
Pero la subsunción formal es a su vez una forma particular en un sentido estrictamente histórico, ya que se corresponde con el período en que el capital se apoya sobre procesos de trabajo preexistentes a él, modificando su forma pero no su contenido. Marx da algunos ejemplos: el campesino antes independiente se transforma en jornalero que trabaja para un agricultor; el otrora esclavista contrata como empleados a quienes eran sus esclavos; el maestro, antes distinguido como conocedor del oficio, se transforma en poseedor de capital y sus oficiales y aprendices en asalariados.[5] En todos estos casos, hay una mutación formal: cuando la producción de plusvalía se apodera del proceso de trabajo, hace su aparición el capital y con él la figura del capitalista como controlador del proceso de producción ejecutado por sus ahora asalariados. Pero el proceso de trabajo no cambia en el sentido técnico-material: sigue ejecutándose con los mismos instrumentos y del mismo modo que antes de la subsunción formal. Por eso el capitalista sólo puede incrementar el plusvalor prolongando la jornada de trabajo (plusvalor absoluto). Es así que la subsunción del trabajo no es aún completa: como antes, el obrero domina parte del proceso material de producción. Con todo, ya aparece aquí la mistificación inherente a la relación capitalista:
La facultad que el trabajo tiene de conservar el valor se presenta como facultad de autoconservación del capital; la facultad del trabajo de generar valor, como facultad de autovalorización del capital, y en conjunto, y por definición, el trabajo objetivado aparece como si utilizara al trabajo vivo.[6]

            La subsunción del proceso de trabajo al proceso de valorización marca ya el nacimiento del fetichismo del capital, que como “cosa” parece autovalorizarse con independencia del trabajo vivo. Pero la mistificación no es aun completa porque el capital todavía no ha revolucionado su base material de producción. Esto último es lo que va a ocurrir con la subsunción real, en la cual:
las fuerzas productivas del trabajo directamente social, socializado (colectivizado) merced a la cooperación, a la división del trabajo, a la aplicación de la maquinaria y en general a la transformación del proceso productivo en aplicación consciente de las ciencias naturales (...) y de la tecnología (...) este desarrollo de la fuerza productiva del trabajo objetivado, por oposición a la actividad laboral más o menos aislada de los individuos dispersos (...) todo ello se presenta como fuerza productiva del capital (...) La mistificación implícita en la relación capitalista en general, se desarrolla ahora mucho más de lo que se había y se hubiera podido desarrollar en el caso de la subsunción puramente formal del trabajo al capital. Por lo demás, es aquí donde el significado histórico de la producción capitalista surge por primera vez de manera palmaria (específica).[7]

            Cuando el capital desarrolla la fuerza productiva social del trabajo en el proceso de producción, se revoluciona el propio proceso de trabajo, que ahora se desarrolla bajo condiciones materiales puestas por el propio capital. La fuerzas productivas sociales como fuerzas del capital, objetivadas en la división del trabajo y sobre todo en el capital fijo (la tecnología especialmente) pasan a dominar al trabajo vivo materialmente, en el propio proceso de trabajo. Tal vez donde mejor se ve este cambio es en el reemplazo, realizado por la gran industria, de la herramienta –que es siempre manipulada y dirigida por el trabajador– por la máquina –objetivación de las fuerzas productivas sociales del trabajo– que domina y marca los tiempos al trabajador individual.[8] Y así como la subsunción se hace ahora material, el fetichismo del capital adquiere una forma desarrollada, ya que las fuerzas productivas sociales del trabajo se presentan ahora ante el obrero como algo preexistente e independiente de su voluntad, en tanto trabajo objetivado que subordina al trabajo vivo: en síntesis, como fuerza productiva del capital, encarnada en el proceso de trabajo. Cabe señalar además que con el incremento de la fuerza productiva del trabajo, hace su aparición también el plusvalor relativo, fundado ya no en la prolongación de la jornada laboral sino en la disminución del tiempo de trabajo necesario para la reproducción de la fuerza de trabajo del obrero. Es así que con el desarrollo de una base material (y ya no solo formal) adecuada al propio capital, aparece para Marx históricamente un modo de producción específicamente capitalista.

Notas introductorias sobre la proyección del concepto de “subsunción” a la actualidad

            Como ya se señaló en la introducción, el propósito de este trabajo es retomar el concepto de “subsunción” para repensar el trabajo en la actualidad. Se plantea entonces la necesidad de reformular el concepto, recuperando la lógica inmanente al pensamiento marxiano, pero proyectándola en el presente, más allá del contexto histórico de su formulación inicial –signado sobre todo por el impacto de la revolución industrial inglesa. El concepto ha sido recuperado explícitamente en las últimas décadas, fundamentalmente cuando, con la crisis del marxismo “oficial”, se comenzó a intentar una reformulación del pensamiento marxiano y se prestó fuerte atención a escritos del autor olvidados, subvalorados y/o dados a conocer tardíamente, como son los Grundrisse, los Manuscritos de 1844 y el capítulo VI inédito. Es una idea central, por ejemplo, en el pensamiento del autonomismo italiano (que retomaremos) y en la lectura de Enrique Dussel de las tres redacciones de El capital.
            Pero además de los aspectos “endógenos” a la tradición marxista, las razones fundamentales del renovado uso de la idea de “subsunción” hay que atribuirlas al progresivo proceso de expansión del capital –acentuado en las últimas tres décadas con la conocida reforma estructural del capitalismo. Así, por ejemplo, se ha leído a la llamada (imprecisamente) “globalización” como un proceso de subsunción real de la sociedad entera al capital (es la visión de Negri, entre otros). Como se podrá ver con más claridad después, estos usos presuponen una ampliación respecto a la formulación marxiana, pero que no obstante están implícitos en la lógica de su pensamiento. Retomando ideas de Antonio Negri, puede hablarse, respecto a la subsunción, de elementos intensivos y extensivos.[9] Los primeros fueron los más observados por Marx, y refieren a la subordinación del trabajo en el proceso de producción, dentro del taller. Los segundos implican una mirada más amplia a la totalidad del proceso, incluyendo la circulación del capital y la reproducción de la fuerza de trabajo, por ejemplo. Estos elementos extensivos no están ausentes en la formulación marxiana, al menos de modo implícito. Con la subsunción real, por ejemplo, la ciencia es subsumida como capital fijo; también se modifican las pautas del consumo obrero y por lo tanto el capital pasa a controlar también la reproducción de la fuerza de trabajo, más allá incluso de los trabajadores que emplea en forma directa.[10]
            A continuación procederemos teniendo en cuenta esta doble necesidad, la de conservar la lógica del planteo marxiano y al mismo tiempo ampliarla y reformularla, considerando la nueva situación.
           
El fordismo-taylorismo, el posfordismo y las nuevas modalidades de la subsunción

            Un primer acercamiento al problema de la subsunción del trabajo en la actualidad puede obtenerse retomando algunas discusiones que se plantean en torno de los cambios operados en los modos de organización del trabajo que se registran en las sociedades occidentales desde mediados de la década del ’70, en primer lugar en los países centrales pero con repercusiones y ramificaciones en el resto de los países. No pretendemos hacer un repaso exhaustivo de dichos cambios, tampoco ingresar en la discusión acerca del alcance cuantitativo y cualitativo de los mismos ni en la concomitante cuestión de si puede hablarse del pasaje a un nuevo “paradigma”. Sólo intentaremos establecer un eje interpretativo de las tendencias que se registran a partir del concepto de “subsunción”.
            Las tendencias establecidas por el modo de organización del trabajo fordista-taylorista pueden interpretarse correctamente desde el concepto de “subsunción” incluso en su formulación clásica por Marx. Ya desde principios del siglo XX el taylorismo se proponía aumentar la productividad del trabajo a partir de la separación entre las tareas de concepción y ejecución: estas últimas quedaban reducidas a un conjunto de movimientos o de “gestos” establecidos e impuestos por la dirección de la empresa. El propósito de este sistema, según señala Benjamin Coriat, era la expropiación, por parte del capital, del saber del obrero de oficio y con él del control de los tiempos de producción. Este sistema se consolida con la introducción posterior, realizada primero por Ford, de la línea de montaje, mediante la cual se subdividen las tareas de ejecución y los tiempos pasan a ser establecidos por la empresa, que domina al obrero autoritariamente a partir de la propia máquina.[11]
            La clave de la eficacia histórica del fordismo-taylorismo es que con él el capital deja de asentarse sobre la base de un saber preexistente a él –ya que pertenece al obrero de oficio– para convertirse en el sujeto del proceso a partir del dictado de las reglas de su ejecución. Puede entonces hablarse aquí del pasaje de una subsunción formal –el saber obrero en el proceso de trabajo como base material de la producción de plusvalía– a una subsunción real, en la que el propio capital, sobre todo con la introducción de la línea de montaje, domina y controla tecnológicamente el proceso de trabajo. Con la descalificación respecto a las tareas de ejecución del trabajo inherente al fordismo-taylorismo, el obrero se transforma en una pieza intercambiable en el marco de un gran mecanismo que lo excede. A la vez que se intensifica y aumenta la productividad del trabajo, se diluyen también las posibilidades de resistencia implícitas en el control, por parte de los trabajadores, de los ritmos de producción: el fordismo-taylorismo es un dispositivo de dominio a la vez económico y político, como lo es en efecto todo mecanismo de subsunción del trabajo.
            Mirando ya no solo al espacio de trabajo sino también al sistema de producción y reproducción en su conjunto, emergen también los aspectos de la subsunción anteriormente denominados como “extensivos”. Ya el mismo Ford preconizaba un sistema de salarios relativamente altos con el doble propósito de fomentar la demanda de la nueva producción en serie y de mantener la obediencia en el espacio de trabajo.[12] Primero en EEUU con el new deal  y fundamentalmente en la posguerra con la aparición y progresiva extensión del llamado “Estado de Bienestar” en el resto de los países industrializados, se establece un sistema de acumulación y regulación que va a permitir el desarrollo sustentable del mundo industrializado al menos hasta mediados de la década del ’70.
Las políticas keynesianas van a favorecer el sostenimiento, con la regulación estatal, de la demanda efectiva necesaria para la nueva producción en masa hecha posible por la extensión del fordismo. La reproducción de la clase obrera se transforma también en una cuestión de primer orden para el sostenimiento del sistema en su conjunto: la producción en masa crece a la vez que la figura del asalariado se hace dominante. La codificación de la relación salarial refleja un nuevo equilibrio de fuerzas, resultante a la vez de la necesidad del capital de mantener un crecimiento económico sostenible en el tiempo y de las aspiraciones y deseos de la clase obrera, que ve ampliada su seguridad y bienestar relativo con las nuevas garantías que se le da al asalariado (que incluyen contratos por tiempo indeterminado, vacaciones pagas, seguros de desempleo y por accidente, etc.). La centralidad de la clase obrera no solo como sujeto de trabajo sino también como sujeto de consumo es un paso más hacia la subsunción en un sentido “extensivo”, que sin embargo no debe ser interpretada en un sentido meramente lineal y unilateral (como imposición progresiva del capital) sino también como resultante de una determinada configuración del estado de la lucha de fuerzas entre capital y trabajo.[13]
¿Qué pasa con la subsunción tras la crisis que, desde mediados de la década del ’70, experimenta el fordismo-taylorismo? ¿Qué puede aportar el concepto de “subsunción” a la interpretación de algunas de las tendencias que se experimentan en el trabajo actual? Una de las dimensiones del cambio que han afectado y generado confusión respecto al problema de la subsunción en el llamado “posfordismo” es lo que se ha denominado como “crisis del trabajo abstracto”, con la cual, según señala Gorz:
La individualización de las remuneraciones, la transformación de los asalariados en contratados por tarea o en prestatarios independientes tienden a suprimir, con el salariado, el propio trabajo abstracto. A los prestatarios de trabajo ya no se los trata más como a miembros de una colectividad o de una profesión definidos por su estatuto público, sino como a proveedores particulares de prestaciones particulares bajo condiciones particulares. Ya no ofrecen trabajo abstracto, trabajo en general, separable de su persona que los califica como individuos sociales en general, útiles de manera general. Su estatuto ya no está más regido por el derecho del trabajo, gracias al cual la pertenencia del trabajador a la sociedad prevalecería sobre su pertenencia a la empresa.[14]

            Además de esta crisis de la relación salarial al menos en su sentido clásico fordista, la crisis del trabajo abstracto se completa con otros aspectos, fundamentalmente las nuevas capacidades y actitudes que demanda la “nueva empresa” a los trabajadores: como la iniciativa personal, el compromiso con la empresa y la capacidad de relacionarse con el entorno social, que contrastan con el trabajo monótono, repetitivo y en suma impersonal y abstracto del fordismo. Incluso, señala Coriat, en las formas posfordistas de organización del trabajo tienden a borrarse las líneas que separan la concepción de la ejecución del trabajo: la administración desciende al taller y con ella se opera una metamorfosis en la división del trabajo.[15]
Ahora bien: conviene ser claros y cautelosos respecto a los alcances de esta crisis. En efecto, en las apreciaciones sobre las nuevas formas de organizar el trabajo (como el toyotismo) muchas veces el contraste con el fordismo-taylorismo conduce a conclusiones erradas. Lo que ocurre es que el fordismo, separando concepción y ejecución –y subdividiendo a esta última lo máximo posible–, hizo incluso abstracto al propio trabajo concreto,[16] en la medida en que una actividad repetitiva en la que desaparece prácticamente toda intelectualidad y toda concepción del proceso en su totalidad, se vuelve abstracta (y es al menos en este sentido que la subsunción real alcanza en este sistema un nivel difícil de superar). Contrastando dicho modelo con las nuevas formas que asume el trabajo, algunos autores (fundamentalmente liberales, aunque también otros influenciados originalmente por Marx pero que han variado sus posiciones, como el antes citado Benjamin Coriat) han visto en estas últimas aspectos potencialmente liberadores, que favorecerían la autonomía, la iniciativa y la cualificación de los trabajadores, como si éstas tendencias por sí solas disolvieran el carácter abstracto del trabajo y con él la subsunción del mismo al capital.
Frente a este optimismo, conviene recuperar el realismo y hacer algunas precisiones conceptuales. Ante todo, y a menos que se crea que vivimos en sociedades “poscapitalistas”, urge señalar que ninguna de las nuevas formas de gestionar el trabajo implica la desaparición del trabajo abstracto en cuanto tal porque en el capitalismo todo trabajo concreto es a su vez abstracto en la medida en que su fin último es la producción de plusvalía y no de valores de uso (recordemos que la subsunción formal, que es la supeditación del proceso de trabajo a la producción de plusvalía, era para Marx condición de posibilidad del capitalismo).
Esto alcanza de por sí para captar la gravedad imbricada en el hecho de que la nueva empresa capitalista solicite, en medida creciente, el compromiso activo, la cooperación y la autonomía de los trabajadores, porque significa que estas capacidades y actitudes no solo físicas sino ante todo mentales y afectivas son ahora subsumidas por el capital. Por eso afirma correctamente Virno que si –tal como señalara Marx– la fuerza de trabajo se define como el conjunto de las facultades físicas y mentales que existen en la corporalidad, entonces “solo hoy, en la época posfordista, la realidad de la fuerza de trabajo está plenamente a la altura de su concepto”.[17] Incluso es discutible hasta qué punto sigue cumpliéndose la restricción señalada por Marx de que la venta de la fuerza de trabajo, para no transformar al obrero en esclavo que vende su persona, debe realizarse sólo por un tiempo determinado.[18] Porque tanto las nuevas modalidades de contratación (cada vez más personalizadas, como señalaba Gorz) como la extensión a la totalidad de la vida de las nuevas tecnologías (las computadoras y los celulares, por ejemplo, son herramientas casi universales de trabajo y a la vez elementos constitutivos de la vida personal de cada vez más individuos; por lo demás, ambos usos suelen confundirse), junto con la ideología de la nueva empresa, que se presenta como una “familia”, tienden a desdibujar progresivamente los límites que separan el tiempo de vida (o de no trabajo) del tiempo de trabajo.   
            Paradójicamente, la crisis del trabajo abstracto trae aparejada la subsunción de la totalidad de la persona al capital, multiplicando las formas de dependencia y servidumbre personal. Para trabajar no alcanza ya con producir un objeto material, aislable de sí, para su venta; además hay que saber venderse a sí mismo.[19] Punto central, ya que se trata de una de las dimensiones cualitativas de la llamada “tercerización” de la economía: ella no se deriva simplemente de la expansión de los servicios en términos cuantitativos, sino más profundamente de que en la nueva economía la fuerza de trabajo se tiende a vender como un servicio personal, concomitantemente al nuevo imperativo empresarial (fundamental por ejemplo en el toyotismo) de tratar a la producción y a la fabricación como servicios.[20] Surgen entonces algunas preguntas: ¿cómo es que el capital consigue subsumir a la totalidad de la persona? ¿Es esta subsunción solo formal, en el sentido de que las nuevas capacidades puestas en práctica en la producción preexisten al capital? Para desarrollar estos interrogantes, tendremos que colocarnos en un nuevo terreno, que en parte ya hemos anticipado: saldremos del espacio donde se desarrolla tradicionalmente el trabajo (la fábrica o la empresa) para considerar la denominada “subsunción real de la vida al capital”. Tendremos entonces que referirnos a la subsunción en el sentido antes aludido como “extensivo”.
                                                                                                                  
Subsunción real de la vida al capital: la imposibilidad del “afuera”

            Cuando decíamos que el capital actualmente parece cada vez más empeñado en solicitar de sus trabajadores una cierta personalidad, una determinada actitud, insinuábamos ya la idea de una “subsunción” de la vida al capital. Que al capital le interesa la vida no es ninguna novedad de estos tiempos, por lo cual es conveniente precisar los conceptos para que quede clara la situación a que aludimos. Permítaseme hacer un rodeo para abordar la cuestión.
El “joven Marx” señalaba que con el trabajo enajenado “resulta que el hombre (el trabajador) sólo se siente libre en sus funciones animales, en el comer, beber, engendrar (...) y en cambio en sus funciones humanas se siente como animal. Lo animal se convierte en lo humano y lo humano en animal.”[21] Esta ecuación paradójica tendió a mantenerse de este modo mientras el capital se apropió de modo predominante de las fuerzas físicas del hombre. El fordismo y el llamado “estado de bienestar” la desarrollaron: la abstracción alienante del espacio de trabajo era balanceada por una serie de prestaciones que aseguraban la reproducción de la vida de los trabajadores, incluso con ciertas comodidades. Mientras persiste esta situación, trabajo y vida permanecen separados: es en el tiempo de ocio donde el hombre se realiza como humano, en oposición al fatigoso tiempo de trabajo.
Pero cuando el capital comienza a demandar la totalidad de la fuerza de trabajo, la ecuación se transforma. Para ingresar en la esfera laboral cada vez es más necesario mostrar una “humanidad” formada y desarrollada: capacidad de comunicación, iniciativa propia, cooperación con los otros. Es en este marco que la nueva capa de los “jóvenes privilegiados” pide trabajos que le generen “motivación” y para eso ellos están dispuestos a atravesar jornadas laborales extenuantes signadas además por una competencia continua. Esto quiere decir que tampoco desaparece la “animalidad” de la que hablara Marx, si bien cambia de forma: detrás de la ideología de una empresa “más humana”, se ocultan los nuevos dispositivos que buscan generar la servidumbre voluntaria del trabajador. Por otro lado, quienes no pueden dar muestras de estas capacidades son sometidos a los trabajos más degradantes, cuando no son llevados a una situación de extrema marginalidad; incluso la división internacional del trabajo permite hoy a las grandes empresas trasladar la producción que requiere trabajadores menos calificados a países del tercer mundo donde abunda la mano de obra barata y la consecuente posibilidad de sobre-explotación. Cabe señalar que a esta dualización de la fuerza de trabajo contribuyen (ya en el terreno más propiamente “extensivo” de la subsunción) el retroceso del “estado de bienestar” y la concomitante expansión de las políticas sociales neoliberales, fundadas en prestaciones que –siguiendo el camino de las nuevas modalidades de trabajo– a la vez que pierden su carácter universal y abstracto se hacen cada vez más focalizadas, personalizadas y en cuanto tales estigmatizantes.
Cuando hablamos de “subsunción de la vida al capital”, queremos indicar ante todo la aludida situación por la cual al tiempo que el capital demanda al conjunto de la personalidad del trabajador, se tornan cada vez más borrosos los límites que separan “tiempo de vida” y “tiempo de trabajo”. En este caso, vida y trabajo tenderían a confundirse. Se podría objetar, sin embargo, que esta subsunción de la vida por el capital es solo formal, es decir, que el lenguaje, la comunicación humana, etc. se desarrollarían con independencia del capital, para luego ser subsumidos por él en el proceso de trabajo. Esto plantea una cuestión importante porque es sobre este supuesto que en los últimos tiempos se han planteado una serie de propuestas fundadas en el dualismo a que daría lugar la posibilidad de desacoplar las esferas de la vida y del trabajo.
Es el caso de la teoría de la acción comunicativa de Habermas, fundada en la posibilidad de estructurar una esfera comunicativa transparente a sí misma, con independencia de los imperativos instrumentales inherentes a la esfera económica, en donde se incluiría el trabajo. Es también el caso de la propuesta de Gorz y otros autores para “salir de la sociedad del trabajo”, con base en la idea de que la automatización haría realidad la disminución global del tiempo de trabajo necesario, tornándose entonces posible la expansión de una esfera de actividades no mercantiles, signadas por la autonomía y la posibilidad de autorrealización. Estas propuestas dualistas, de inspiración neokantiana, tienen propósitos prescriptivos; no obstante, pretenden sostenerse sobre fundamentos objetivos, ante todo –es sobre todo el caso de Gorz– en la disminución del tiempo de trabajo socialmente necesario y su circunscripción al espacio cerrado de la fábrica o de la empresa, con la consecuente posibilidad de expandir actividades humanas más allá del trabajo, por fuera de la dominación del capital.
La idea central que voy a sostener es que, siendo el objetivo último del capital la producción de plusvalía –y no la disminución del tiempo de trabajo socialmente necesario–, la tendencia actual es que dicha producción ya no se limite al espacio cerrado de la fábrica sino que se extienda al conjunto de la vida social, abarcando los espacios tradicionalmente conceptuados como de “reproducción” y “consumo”; es precisamente cuando la totalidad de la vida social se hace potencialmente productora de plusvalía que vida y trabajo se convierten prácticamente en sinónimos y se realiza la subsunción real de la vida al capital. La actualización del concepto marxiano requiere, en esta línea, de su ampliación para la consideración de una subsunción que sobrepasa con mucho el espacio cercado de la fábrica. Como señala Ana Dinerstein:
el término “subsunción real” no denomina simplemente la subordinación de determinados trabajadores por el capital que los utiliza. Se trata de un proceso complejo de progresiva expansión y subordinación política de toda la sociedad en el capital (...) que ahora ha devenido o aparece como el sujeto de la sociedad capitalista.[22]

La aludida “tercerización” de la economía y la consecuente formación de una sociedad orientada mayoritariamente al consumo, constituyen una buena ilustración de esta tendencia. Recordemos que la teoría de Marx sobre la plusvalía tomaba como paradigma fundamental la producción de mercancías materiales en la industria, donde el desfasaje entre producción y consumo no solo era posible sino también necesario. Pero una peculiaridad del servicio es que, no habiendo propiamente objetivación del valor en el producto, en él no pueden separarse temporalmente el momento de la producción del plusvalor y su realización. Es por eso que, en los servicios, la producción queda supeditada a la demanda y no al revés; estrictamente hablando, en estos casos sin demanda no puede haber siquiera producción alguna. La tercerización además invade actualmente todas las esferas productivas, más allá de los propios servicios, como se señaló anteriormente respecto al principio toyotista de tratar a la producción como un servicio. La relación clásica entre producción y consumo se invierte: la segunda dicta sus imperativos a la primera, pero estos imperativos siguen siendo los de la producción de plusvalía. Puede entonces hablarse incluso de un consumo productivo.[23]
Para el capitalismo, la esfera del consumo asume un lugar crecientemente estratégico dada su prioridad en el proceso de valorización de la producción tercerizada. Como para aumentarla tiene que crecer el consumo, se crean permanentemente nuevas necesidades, en las que la dimensión simbólica tiene cada vez más peso respecto a la propiamente material (el tradicional “valor de uso”). Lo que ocurre es que el consumo de signos (fundamentalmente, aunque no de modo exclusivo, de status social y pertenencia de clase) satisface, dado su carácter por naturaleza ilimitado, las necesidades que el capital tiene de extender la demanda. En la mal llamada “sociedad de consumo”, la mercancía no es solamente una “forma”; es además un signo.[24] Es la realización plena de la tendencia que Marx ya observaba como inmanente al valor: transformar todos los productos del trabajo en un jeroglífico social.[25]
Lejos de la idea humanista de “necesidad” implícita en el concepto de “valor de uso”, el consumo es prioritariamente un espacio dominado por la manipulación de las estructuras cognitivas y la fetichización del lenguaje. No es otra la esencia de la publicidad y el marketing. El consumo productivo, que muestra la colonización del lenguaje y a la vez el eclipsamiento de toda posibilidad de rescatar un sujeto autónomo que se realice en la satisfacción de su necesidad por fuera de la relación del capital (subsunción real del valor de uso al valor de cambio), es entonces también una de las expresiones más patentes de la subsunción real de la vida al capital.
Además de ésta mayor imbricación entre producción y consumo, la “tercerización” marca otra tendencia en curso: la de la progresiva mercantilización de todas las actividades humanas. Ocupaciones tradicionalmente relegadas al ámbito de la familia, como el cuidado de los hijos y de la casa, son ahora desarrolladas también como actividades mercantiles; este proceso se desarrolla al mismo tiempo que la mujer se “libera” del espacio doméstico para ingresar en la esfera laboral. Una de las causas principales de la crisis de la familia tradicional es esta invasión del conjunto de la vida por el trabajo. Esto significa que la vida familiar es ahora también subsumida en el proceso de producción.
Los autores italianos que desarrollaron la noción marxiana de “intelecto general” son quizá quienes más han avanzado en la actualización del problema de la subsunción real. En esta línea y reinterpretando el célebre “fragmento sobre las máquinas” de los Grundrisse, Virno señala que en el posfordismo “la ciencia, la información, el saber en general y la comunicación lingüística se presentan como el pilar central que sostiene la producción y la riqueza, y no ya el tiempo de trabajo”.[26] Lejos de la anunciada por los teóricos del “fin de la sociedad del trabajo”, la consecuencia es una mayor hibridación entre trabajo y vida, porque “trabajo y no trabajo desarrollan una idéntica productividad, cuya base es el ejercicio de facultades genéricas: lenguaje, memoria, sociabilidad”.[27] La subsunción real de la vida al capital se hace presente, entonces, en este proceso por el cual el capital se apropia del plusvalor producido socialmente por estas facultades que se ejercen tanto fuera como dentro del espacio de trabajo propiamente dicho. El ejercicio de estas facultades colectivas expresa el desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo de modo absolutamente socializado; frente a las mismas, el trabajo individual, inmediato, constituye una fuerza subalterna. Es ésta la realización completa del proceso descrito por Marx como “subsunción real”. Por lo demás, dada esta situación en la que el conjunto de la vida produce al capital, tienden a yuxtaponerse en un mismo plano los aspectos “intensivos” y “extensivos” de la subsunción.
Caen entonces las condiciones creídas “objetivas” para sostener posiciones dualistas como las de Habermas y Gorz. El problema es que no puede sostenerse la distinción tajante entre una esfera heterónoma –el trabajo y de modo general la economía– y una autónoma –el espacio que podría sustentar tanto la posibilidad de una acción comunicativa al estilo habermasiano como el florecimiento de actividades autodeterminadas, tal como pide Gorz.[28] Más bien, la autonomía podrá ser ganada, pero en el seno de la heteronomía: en la medida en que la totalidad de la vida es subsumida por el capital, no existen ya a priori espacios liberados de la dominación. Pero tampoco condenados a ella. La principal consecuencia política de la “subsunción real”, en el sentido expuesto, es que la alternativa o la salida ya no pueden encontrarse afuera; por lo tanto tampoco en otras supuestas externalidades como el valor de uso o el trabajo concreto.[29]
Es también por esta razón que hay que revisar la idea, frecuente tanto en los medios de comunicación como en las investigaciones en ciencias sociales, de “exclusión social”. Todos aquellos que están integrados imperfectamente a la esfera laboral e incluso los desocupados permanentes siguen estando sometidos, bajo diferentes modalidades,  al capital, dado que la “subsunción real” se ejerce sobre el conjunto de la vida, independientemente de la situación de cada persona respecto al empleo. La subsunción al capital se revela en el hecho simple de que, individualmente, incluso el desempleado vive su situación como una “falta” respecto a la que debería ser su condición social (asalariado). Es por esto que la idea de que los “marginados” de los actuales procesos productivos poseen objetivamente un potencial revolucionario (no es otra la idea de Gorz acerca de la no-clase de los no-trabajadores)[30] es tan falsa como la vieja idea marxista de que son los trabajadores, también por su posición objetiva, quienes están destinados a hacer la revolución. Dado que la subsunción real implica la construcción de sujetos acordes a las necesidades de reproducción del capital y que ya no hay ningún “afuera”, toda resistencia implica un proceso de desubjetivación.[31]
Podemos responder ahora al interrogante presentado en el parágrafo anterior respecto a las condiciones políticas que hacen posible la venta, por parte del trabajador de la nueva empresa, de la totalidad de su persona. Siendo la subsunción real aplicable al conjunto de la vida, abarcando entonces producción y reproducción (si es que esta distinción tiene hoy algún sentido) dicha venta no implica una ruptura sino una continuidad en un mismo plano signado por la subsunción. El rol de los medios de comunicación es aquí central. Gran parte de la ideología mediática incentiva la mercantilización de todas las actividades humanas y la glorificación de un sujeto consecuente con aquella: aquel que se sabe vender, que se adapta a las más variadas situaciones y por si fuera poco disfruta de todo esto como un éxito personal. La ideología mediática, no obstante su pretendido puritanismo moral, exalta la prostitución generalizada de los seres humanos.

Consideraciones finales: el concepto de “subsunción” como arma teórica frente a las nuevas formas que asume el fetichismo

            Habíamos remarcado anteriormente que para Marx el pasaje a la “subsunción real” implicaba un desarrollo más profundo del fetichismo de la mercancía, en la medida en que con él las fuerzas productivas del trabajo socializado merced a la aplicación de la ciencia y la tecnología aparecían como fuerzas productivas del capital, opuestas a las fuerzas de los individuos aislados. Esta tendencia, como ya se ha insinuado, tiende a progresar con la “subsunción real de la vida al capital”, en tanto son colocadas en el centro de la producción un conjunto de facultades comunicativas y cooperativas que son inmediatamente sociales y además se desarrollan tanto “dentro” como “fuera” del espacio de trabajo. El capital puede entonces darse el lujo de dejar desocupada o subocupada a gran parte de la fuerza de trabajo. Se crea entonces la ilusión fetichista –que está en el núcleo de todas las teorías recientes sobre el “fin del trabajo”– de que el capital se reproduce de modo independiente del trabajo. Justamente, con el concepto de “subsunción” logramos dar una explicación tanto del origen de esta ilusión como de su falsedad. Su origen es la impotencia del trabajo individual frente a las fuerzas sociales del trabajo desarrolladas como fuerzas del capital; su falsedad radica en que de ningún modo con esto se elimina la dependencia del capital respecto al trabajo en su forma socializada y cooperativa.
Sigue siendo entonces cierto el postulado marxista de que “la contradicción fundamental del capital es su dependencia con respecto al trabajo”.[32] Con la reinterpretación del concepto de “subsunción” hemos intentado avanzar en la elucidación de las formas que asume actualmente esa dependencia. Al poner el foco en la relación entre trabajo-capital, dicho concepto cobra inmediatamente una función desfetichizante respecto a las visiones del capital como un sujeto automático. Esta función adquiere hoy una relevancia incluso más fundamental, con el auge del neoliberalismo, la crisis del movimiento obrero de izquierda, la expansión a escala mundial de las relaciones monetarias y la liberalización del capital financiero. Este conjunto de hechos alimentan la ilusión de una autonomización del capital; especialmente contribuye en este sentido la expansión del capital monetario, cuya fórmula fetichista D-D’ (el dinero que crea dinero) genera la ilusión de una independencia respecto al trabajo. Hay que recordar en este punto que el “el dinero es la representación material de la riqueza general abstracta, del trabajo en general”,[33] y que por lo tanto su autonomía siempre es relativa pues sigue dependiendo para su reproducción en el tiempo de la posibilidad de explotación del trabajo.[34]   
El objetivo de este trabajo era realizar una aproximación teórica al problema del trabajo en las sociedades contemporáneas. En este sentido, la cuestión de las formas concretas de resistencia que emergen en este contexto no se ha podido abordar en esta primera instancia. Con todo, hemos intentado dar un paso en esta dirección al establecer algunas de las coordenadas que la teoría tendría que considerar para abordar las diversas modalidades de resistencia que emergen ya no fuera sino dentro del marco de la subsunción real. Al mismo tiempo, el concepto central que ha guiado este escrito, al poner en el centro del análisis la relación conflictiva entre trabajo y capital, permite establecer una ruptura significativa con los cultores liberales del fin de la historia y el advenimiento de una sociedad pacífica fundada en el consenso democrático. Contra estos intentos fallidos de eliminar toda posible impugnación al sistema establecido, el concepto de “subsunción”, en su función desfetichizante, deviene un arma teórica para la crítica radical, que habrá que profundizar.

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[1] Para esta visión “tradicional”, véase Althusser, L. y Balibar, E., Para leer El capital, México, Siglo XXI, 1985 (especialmente “Prefacio”).
[2] Así, el “trabajo enajenado” muestra que el origen de la propiedad privada y por tanto del capital debe buscarse en el propio trabajo; el “fetichismo” devela que detrás de la mercancía y el capital como “cosas” se oculta una relación social; la “subsunción” señala, como se verá, que el presupuesto del capital es la subordinación del trabajo. 
[3] Véase la advertencia del traductor en Marx, K., El capital, Libro I Capítulo VI ( inédito), México, Siglo XXI, 2001, p. XV.
[4] Marx, K., El capital, Libro I Capítulo VI ( inédito), ob. cit., p. 54.
[5] Ibíd., pp. 54-55.
[6] Ibíd., p. 55.
[7] Ibíd., pp. 59-60.
[8] Sobre este pasaje, véase ante todo Marx, K., El capital, Tomo 1, Buenos Aires, Siglo XXI, 2003, pp. 451-470.
[9] Véase Negri, A., Marx más allá de Marx, Madrid, Akal, 2001, pp. 161-162.
[10] En efecto, en el capítulo XIII de El Capital, Marx analiza las repercusiones que la gran industria tiene por ejemplo en la industria domiciliaria.
[11] Véase Coriat, B., El taller y el cronómetro, Madrid, Siglo XXI, 2001, caps. 2 y 3.
[12] Véase Coriat, B., ibíd., pp. 55-60.
[13] Para un análisis del keynesianismo en vinculación con la configuración histórica de la relación entre las clases, véase Negri, A., “John M. Keynes y la teoría capitalista del Estado en el ‘29”, en Crisis de la política, Buenos Aires, El Cielo por Asalto, 2003, pp. 16-36.  
[14] Gorz, A., Miserias del presente, riqueza de lo posible, Buenos Aires, Paidós, 2003, pp. 62-63
[15] Véase Coriat, B., El taller y el robot, Madrid, Siglo XXI, 1993, pp. 184-187.
[16] Cabe recordar que para Marx el trabajo en el capitalismo tiene un carácter dual: se presenta como trabajo concreto en tanto produce valores de uso, y como trabajo abstracto en tanto produce valor (véase Marx, K., El capital, ob. cit., pp. 51-57).
[17] Virno, P., Gramática de la multitud: para un análisis de las formas de vida contemporáneas, Buenos Aires, Colihue, 2003, p. 85.
[18] Véase Marx, K., El Capital, ob. cit., p. 204.
[19] Por eso las grandes empresas valoran la “fidelidad” y el “compromiso” de los trabajadores tanto o incluso más que sus conocimientos y habilidades para trabajar. Parece ser ésta la forma más desarrollada del fascismo empresarial.
[20] Sobre la dimensión cualitativa de la tercerización, véase Hardt, M. y Negri, A., Imperio, Buenos Aires, Paidós, 2002, pp. 253-254. Sobre la dimensión cuantitativa, cabe recordar que según datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) ya en el año 2006 el sector servicios se ha constituido en el primer proveedor de empleos (42%) seguido de cerca por la agricultura pero duplicando a la industria. Por lo demás, en los países centrales la ocupación en este sector alcanza el 71% en promedio.
[21] Marx, K., Manuscritos: economía y filosofía, Barcelona, Altaya, 1997, p. 113.
[22] Dinerstein, A., “Recobrando la materialidad: el desempleo como espacio de subjetivación invisible y los piqueteros”, en Revista Herramienta Nro. 22, Otoño de 2003, Buenos Aires, pp. 87-88.
[23] Un ejemplo en el que tal vez pueda observarse el carácter productivo del consumo (algo que aquí no podremos desarrollar porque implica la compleja revisión de la teoría clásica del valor) lo constituyen las mediciones de rating en los canales de televisión. Alguien que simplemente mira un programa de TV pasivamente, en la medida en que hace subir el rating, está valorizando el capital del canal.
[24] Véase Baudrillard, J., Crítica de la economía política del signo, México, Siglo XXI, 2002, pp. 172-173.
[25] Véase Marx, K., El Capital, ob. cit., p. 91.
[26] Virno, P., Virtuosismo y revolución, la acción política en la era del desencanto, Madrid, Traficantes de sueños, 2003, p. 81.
[27] Virno, P., Gramática de la multitud: para un análisis de las formas de vida contemporáneas, ob. cit., p. 116.
[28] Observemos además que estas posiciones realizan una doble operación, típica de todo el liberalismo: por un lado, ocultar la dimensión política del trabajo (esfera concebida como puramente instrumental y heterónoma); por otro lado, transferir la política a una esfera separada y trascendente.
[29] Rescatar la dimensión concreta del trabajo constituye uno de los núcleos de la crítica de Antunes a los teóricos del “fin del trabajo”. Por lo expuesto aquí respecto a la “subsunción real”, no acordamos tampoco con su posición. En cambio, compartimos la crítica que le hace A. Dinerstein: “La defensa del trabajo concreto o de una supuesta subjetividad in abstracto es ahistórica, en tanto ignora los procesos sociales que han transformado irreversiblemente a los seres humanos y su trabajo en algo distinto a través de múltiples y complejos procesos históricos de lucha.” (Dinerstein, A., ob. cit., p. 90). Por otro lado, tenemos dudas respecto a la posición de Negri y gran parte del autonomismo italiano, fundamentalmente por lo que parece ser una contradicción en sus posiciones. Negri, por ejemplo, articula la idea de “subsunción real” de un modo similar al presentado aquí. No obstante, sostiene también la tesis –propia del “obrerismo” ya en la década del ‘60 – de que las capacidades lingüísticas, cooperativas, etc. de la actual fuerza de trabajo se desarrollan en principio de modo autónomo e independiente del capital. La subsunción en este caso pareciera más bien ser formal. Esto además justifica un optimismo militante que, no obstante su potencia persuasiva, parece chocar con la realidad.
[30] Véase Gorz, A., Adiós al proletariado (más allá del socialismo), Buenos Aires, Imago Mundi, 1989, pp. 75-81. 
[31] Para un desarrollo de estas cuestiones, que aquí solo queremos dejar planteadas de modo problemático, y su aplicación al caso particular de la resistencia piquetera en nuestro país, véase Dinerstein, A., ob. cit. y Dinerstein, A., “Entre el éxtasis y el desencuentro: el desafío de la insubordinación. El ejemplo del caso argentino”, en Marxismo abierto, Vol. 1, Buenos Aires, Herramienta, 2005, pp. 147-186.
[32] Bonefeld, W., “El capital como sujeto y la existencia del trabajo”, en Marxismo abierto, volumen II, Buenos Aires, Herramienta, 2007, p. 68.
[33] Bonefeld, W., “Dinero y libertad. El poder constitutivo del trabajo y la reproducción capitalista”, en AAVV, Globalización y estados nación, Buenos Aires, Tierra del Fuego, 1995, p. 75.
[34] Un caso paradigmático de esta relación del capital monetario con el trabajo (cuestión que en este trabajo no podemos desarrollar) lo constituye el crédito, con el cual “(...) la relación hacia el trabajo como sustancia de valor queda aparentemente eliminada, el crédito se declara como (...) derecho sobre una futura explotación del trabajo.” (Bonefeld, W., ibíd., p. 81).

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